Sobrarbe / Huesca




La falsa de nuestra casa, a los que vemos crecido por estas tierras, evoca algo misterioso, mezcla de olvido reencuentro: las cosas se mandaban de la falsa para que no estorbaran; pero, por otra parte, siempre era obligado ir a rebuscar algo que, de momento, le encontraban utilidad. Por las noches cuando silbaba el viento, o los gatos aullaban, la verdad creo que todos nos resistíamos a subir. Eran otros tiempos que evocamos en Monte  Perdido de la mano y la memoria de Luis Buisán.
El turismo que nos visita no ha llegado a conocer la falsa en las casas de los pueblos deshabitados; la última plata del edificio debajo del tejado.
Allí me ponía a rebuscar objetos cuando tenía siete u ocho años. Y se podía encontrar desde una cama hasta una especie de cosa extraña: una reliquia dentro de un recipiente de cristal envejecido, o de un saquito de tela gruesa, atado y empolvado.
Decían que aquellas cosas no se debían abrir para curiosear lo que había dentro, porque perdían el mérito. En cuanto a la cama se solía utilizar en verano para echarse una siesta, y para dormir algunas personas de la casa en fiesta mayor, y así liberar otra cama para los huéspedes.

En la falsa se acumulaban cantidad y variedad de cosas. Se hacía servir de granero y almacén, donde se guardaban algunas cosechas de año. Desde el otoño hasta la primavera había varias clases de víveres procedentes de campo: sacos con legumbres (judías) de varias clases y colores, el saco de las nueces, ristras de ajos y cereales varios en pallunzas llenas de grano; trigo, centano, cebadas, avena. También ocupaba su espacio de año en año la parva de cebollas sobre el piso de tarima, de losa o de buro, junto a la parva de manzanas de tres o cuatro clases, que aguantaban hasta el mes de marzo.

Cestas vacías y capazos, el almud, el cuartal y pequeñas arcas. Extractos de plantas medicinales. Las argaderas de ir a buscar agua con la burra, los banastos de llevar a vender cerdos a la feria, los cuévanos de cuando había viñas, antes de que la plaga de filoxera matase las cepas. Algunos fajos de mínbres. (Las patatas y calabazas en la bodega, al lado de las cubas de vino).


Palos clavados en la pared con esquillas y sus correspondientes collares de madera de pino. Pucheros, tinajas y ollas inservibles. Manojos de paja de centano para rellenar colleranes, albardas y aparejos, complemento de la lana de oveja. Sacos llenos de lana, cierres de cáñamo (una especie de copos a punto para hilar), también había estopa, la devanadera…
No podían faltar varias, clases de trampas para cazar conejos, liebres y perdices. Y algunas herramientas. Entre la falsa y la bodega podríamos haber montado un pequeño y completo museo etnológico.

Incluso había una gran ventana para ponerse a contemplar el mal tiempo. Allí el viento, los truenos y la lluvia retumbaban como cosa mala.


Los ruidos en la falsa de noche y al oscuro, pues no había luz, y las teas resultaban peligrosas era cuando uno se imaginaba que habitaban allí todos los seres raros y malignos del mundo: duendes, brujas, espíritus demonios, fantasmas…Aquellos ruidos… y a lo peor podría ser una rata intrusa. A veces en la oscuridad brillaban dos ojos. Eran los de la gata.


Zagal, sube a la falsa a buscar dos cebollas y una botella de tomate en conserva para cenar. Madre, de noche tengo miedo.

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